La revuelta como devenir

A través de los ojos de los que luchan, las revueltas son la justificación misma de su propia existencia, no meramente una herramienta o un motor de cambio, sino la materialización de un deseo radical que no puede ser articulado de otro modo. Desde mi perspectiva, no se trata de una elección calculada, sino de una erupción de lo que es reprimido, una manifestación de la vida que se rebela contra las estructuras que la constriñen.

No hay un "porqué" racional en las revueltas, sino un devenir. Como sugieren Deleuze y Guattari, la revuelta es un flujo de deseo que rompe con las líneas de segmentación y control. Es una máquina de guerra que se opone al aparato de Estado, no para tomar el poder, sino para desterritorializarlo. En la tradición de las protestas en Francia, desde el 68 hasta las actuales, vemos cómo el Estado intenta reprimir este deseo, pero este siempre encuentra nuevas líneas de fuga, nuevos modos de expresión. Es un flujo que no se detiene, un devenir revolucionario que desafía la lógica de la representación y la política institucional. 

La justificación de la revuelta radica en la represión de la pulsión de vida. Como bien señaló Marcuse, la sociedad capitalista avanzada, con su represión excedente, domestica el deseo, lo canaliza hacia el consumo y la producción, transformando la rebelión en conformidad. Las protestas antisionistas en la Vuelta a España son un ejemplo de cómo una pulsión política, oprimida por la hegemonía del capitalismo espectáculo, se manifiesta en un contexto inesperado, demostrando que el deseo de liberar la vida no puede ser contenido por las fronteras de la política formal. Es la pulsión de muerte del sistema, que aniquila la vida, la que da origen a la pulsión de vida que se rebela. Es una lucha por el Eros contra el Tánatos del sistema.

Para Franco Berardi, "Bifo", la revuelta no es la solución, pero es la condición necesaria para que algo nuevo emerja. Es un vacío de sentido que se llena con una nueva energía colectiva. La revuelta en Nepal, a pesar de sus complejidades, es una expresión de cómo una comunidad, harta de la precarización y la violencia del sistema, se organiza y se levanta. No se trata de un fin, sino de un comienzo. La revuelta abre una ventana de oportunidad para la reorganización del deseo, para la reinvención de la comunidad. No es la respuesta, sino la pregunta radical que el sistema no puede responder.

En última instancia, las revueltas no se justifican, sino que son. Son la única manera de ser cuando la vida ha sido convertida en supervivencia. Es la afirmación de que, incluso en las peores condiciones, la vida sigue deseando, y el deseo es el motor de la revuelta. No es una herramienta, sino una forma de vida. Es un recordatorio de que el futuro no está escrito, y que solo a través de la acción colectiva y el devenir rebelde podemos, quizá, empezar a escribirlo.

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