La melancolía del futuro perdido en la Generación Z
Vivimos en un presente atrapado en sí mismo. Para la Generación Z, a la que pertenezco, la sensación de que el futuro ha sido cancelado no es una teoría abstracta, sino una experiencia cotidiana. En un mundo donde las crisis económicas, climáticas y tecnológicas se acumulan sin cesar, la esperanza de un mañana distinto se ha convertido en un residuo espectral. Sin embargo, esta falta de porvenir no produce resignación, sino una nostalgia extraña: no por el pasado, sino por futuros alternativos que nunca llegaron a existir.
Las redes sociales han transformado la forma en que se experimenta el tiempo. El bombardeo constante de imágenes del pasado inmediato genera una sensación de nostalgia prematura: recordamos cosas que ocurrieron hace apenas unos meses como si fueran reliquias de una era lejana. Este fenómeno no solo reconfigura la memoria, sino que alimenta una añoranza por un presente que nunca se sintió como tal, intensificando la idea de que cualquier posibilidad de futuro está ya clausurada.
El auge del vaporwave y la estética del early internet ilustra esta melancolía por futuros abortados. En lugar de mirar hacia adelante, la Generación Z recicla(mos) imágenes de un futuro que alguna vez fue prometido en la cultura pop de los años 80 y 90. Pantallas CRT, gráficos rudimentarios y sintetizadores ahogados en reverb evocan una utopía tecnológica que nunca se materializó. No es solo un juego estético: es un intento fallido de resistir el tiempo plano neoliberal, una forma de habitar un simulacro de futuro en ausencia de uno real.
Mark Fisher advertía que el capitalismo tardío había aniquilado la posibilidad de imaginar un porvenir distinto. En su lugar, vivimos en un eterno presente, donde el tiempo no fluye, sino que se recicla interminablemente. La obsesión por la nostalgia y la reapropiación estética no son solo síntomas de esta condición, sino intentos de generar líneas de fuga. Sin embargo, estos gestos no hacen más que confirmar la imposibilidad de escapar: el pasado se convierte en un refugio porque el futuro ha sido cancelado.
A la melancolía del futuro perdido se suma una ansiedad paralizante. La Generación Z no solo ha (hemos) crecido en un mundo sin promesas de estabilidad, sino que ha sido bombardeada con información constante sobre crisis económicas, colapsos ecológicos y el fin del trabajo tal y como lo conocemos. La saturación informativa, potenciada por el doomscrolling, refuerza la sensación de que cualquier intento de cambio es inútil. Esta sobrecarga de datos genera un efecto de parálisis: la incertidumbre se convierte en desesperanza, y la repetición de crisis impide la construcción de cualquier narrativa de progreso.
En este contexto, la ansiedad no es solo una respuesta individual, sino una condición estructural del capitalismo tardío. La falta de control sobre el futuro convierte el presente en un espacio de supervivencia inmediata, donde la precariedad no deja margen para la planificación a largo plazo. Así, la melancolía por futuros abortados se combina con la imposibilidad de generar alternativas reales, reforzando el ciclo de estancamiento temporal.
Si la Generación Z experimenta una melancolía del futuro perdido, la pregunta clave es si es posible recuperarlo. ¿Podemos escapar del tiempo plano del neoliberalismo? ¿Es viable un horizonte distinto que no esté atado a la nostalgia? La respuesta aún es incierta, pero lo que está claro es que sin un futuro, el presente se convierte en un laberinto sin salida. La lucha, entonces, no es solo política o económica, sino también temporal: la batalla por recuperar la posibilidad de lo que aún no ha sido.
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