Fallos y grietas: Un análisis de la izquierda actual
Muchas veces me pregunto, mientras veo los noticiarios, las redes sociales, o cualquier plataforma de comunicación que comente la actualidad política, qué pensaría Mark Fisher de seguir vivo; cómo vería desde sus ojos los recientes cambios en el mundo (a peor, no me cabe duda), pero sobre todo, qué opinaría de la deriva actual de la izquierda. Recordemos que Fisher era inglés, por supuesto, pero si le hubiera tocado analizar a la izquierda española, su crítica probablemente abordaría varios temas clave: la melancolía política, la ausencia de un horizonte utópico, el estancamiento institucional, y el agotamiento emocional de una sociedad que parece atrapada en un ciclo de protesta y resignación.
Melancolía política y estancamiento
Actualmente, la izquierda contemporánea sufre de lo que llamo “melancolía de izquierdas”, un fenómeno que podría describirse como la incapacidad de superar ciertos traumas históricos y errores pasados. La izquierda española sigue atormentada por los fracasos del pasado, desde la Segunda República y la Guerra Civil hasta las transiciones fallidas en democracia, y se ha visto atrapada en luchas internas y personalistas que erosionan la posibilidad de un proyecto sólido y unificado. En lugar de mirar hacia adelante con un programa transformador, muchas veces la política se convierte en un ejercicio de nostalgia y resistencia, en vez de enfocarse en una hegemonía gramsciana.
Este ciclo melancólico se manifiesta en cómo los movimientos de izquierdas parecen anclados en las limitaciones de la Transición. Esta especie de “realismo capitalista” (volviendo a Fisher) es una prisión mental: la idea de que no existe alternativa real al capitalismo y que las instituciones actuales son la única opción posible. Esto se traduce en un espacio político donde, incluso cuando surge una iniciativa de cambio radical, se encuentra rápidamente atrapada en la maquinaria institucional, como ocurrió con Podemos. En poco tiempo, la alternativa al sistema se ve absorbida y domesticada, convirtiéndose en una forma de oposición controlada que lucha dentro de las reglas del juego, en lugar de desafiarlas.
La recuperación del espíritu de 2011 y el agotamiento emocional
Otro punto a analizar sería el agotamiento emocional de la sociedad, un aspecto que, desde mi perspectiva, resulta fundamental para comprender la parálisis de la izquierda. La explosión del 15M en 2011 fue, en muchos sentidos, una demostración de que la imaginación colectiva todavía tenía vida, un momento donde las personas sintieron que otro mundo era posible. Sin embargo, la disolución de ese espíritu en la rutina política y el desengaño que siguió dejaron una marca profunda en la psique española.
El sistema capitalista genera fatiga y cinismo, atrapando a las personas en un ciclo de desesperanza. El fracaso en institucionalizar de manera efectiva el espíritu del 15M—transformándolo en un cambio social real—contribuyó a una sensación de impotencia. Cada intento de cambio que acaba devorado por el sistema produce más cansancio, una especie de agotamiento que se convierte en la norma, creando una población que, si bien es consciente de las injusticias, siente que no tiene el poder o la energía para cambiarlas. El 15M se convierte así en una especie de fantasma que sigue rondando la política española: la nostalgia de un momento de rebelión genuina que nunca se consolidó.
El agotamiento de la izquierda en el juego institucional
Me gustaría también ser critico con el hecho de que la izquierda se ve constantemente arrastrada a las instituciones del sistema en lugar de crear alternativas viables fuera de él. Esto es visible en cómo los partidos de izquierda tienden a concentrar sus esfuerzos en ganar elecciones y ocupar posiciones de poder en lugar de construir bases sólidas a nivel comunitario y social. Aunque ganar acceso al gobierno puede ser importante, esto termina diluyendo las intenciones originales de la izquierda y la hace vulnerable a las dinámicas y limitaciones del sistema político actual.
Una verdadera transformación requiere ir más allá de la lógica electoral y estatal, hacia una visión que desafíe los fundamentos del capitalismo. Sin embargo, la izquierda española parece atrapada en una especie de fetichismo institucional: un deseo de influir desde dentro que termina por socavar sus propios ideales. Así, lo que comienza como una promesa de cambio radical se convierte rápidamente en una simple administración del sistema existente, un modelo más “progresista” que opera dentro de los mismos límites del neoliberalismo.
Falta de un horizonte utópico
Existe, también, una falta de horizontes utópicos en la política contemporánea. La cultura actual dificulta imaginar alternativas al capitalismo; el “realismo capitalista” se impone como un marco mental donde el capitalismo es percibido como el único sistema posible (analizado en profundidad por mi amiga Alicia Valdés en su libro "Política del Malestar"). En el caso de España, esto es particularmente evidente en la izquierda, donde el miedo a propuestas radicales verdaderamente disruptivas ha limitado la capacidad de pensar más allá de reformas o mejoras dentro del mismo sistema.
La izquierda española a menudo se reduce a eslóganes y políticas que apenas logran compensar los estragos del neoliberalismo. No hay una verdadera visión de futuro, una propuesta que inspire y haga soñar. Hay falta de una narrativa utópica y una incapacidad de articular un mundo verdaderamente diferente y mejor. Sin una visión radical que desafíe el sistema en sus fundamentos, la política se convierte en un proceso meramente correctivo y no transformador, como si solo se tratara de paliar los síntomas de una enfermedad incurable.
La trampa del espectáculo y el simulacro
La política también se enfrenta a la trampa del espectáculo y el simulacro. En una época donde las redes sociales y la comunicación mediática dominan, las formas más superficiales de política terminan reemplazando a las propuestas profundas y a las verdaderas luchas. La política se convierte en un juego de apariencias, donde las imágenes y los discursos cuidadosamente elaborados eclipsan las acciones reales.
El foco en las apariencias es un aspecto que veo con gran preocupación en la izquierda: el exceso de representación mediática y el espectáculo político han desnaturalizado la lucha, convirtiéndola en un producto de consumo masivo, diseñado para captar votos y likes. Esto, inevitablemente, ha generado una distancia entre la clase política y la gente común, que percibe esta política de izquierdas como artificial, hueca y parte del mismo sistema que pretende desafiar.
Posibilidades y el poder de la imaginación colectiva
Si tuviera que señalar una salida, seguramente subrayaría la importancia de reconstruir la imaginación colectiva. Cualquier cambio real pasa por expandir los límites de lo que consideramos posible. La izquierda debe recuperar su capacidad de imaginar futuros diferentes, de forjar un nuevo sentido de comunidad y de ofrecer un horizonte utópico que inspire y movilice a la gente.
Esto implicaría abandonar los debates interminables sobre políticas y reformas y, en cambio, centrarse en construir alternativas concretas a nivel local y cultural. Crear redes de apoyo mutuo, cooperativas, espacios comunitarios, sistemas de apoyo fuera de la lógica del mercado; todas estas serían formas de empezar a construir una sociedad que no se someta automáticamente a las reglas del capital.
Las izquierdas necesitarían trascender la nostalgia, la melancolía y el estancamiento institucional, y redescubrir su capacidad de soñar y de romper con el ciclo de repetición que define al “realismo capitalista.” La izquierda debería atreverse a desafiar los límites de lo pensable, que se libere del peso de las derrotas históricas y abrace la posibilidad de un cambio radical fuera de las instituciones. Solo así, podría aspirar a ofrecer un horizonte utópico capaz de inspirar a una nueva generación a actuar y construir alternativas que no dependan de las estructuras de poder que tanto critican.
Desde este enfoque, la verdadera revolución no vendría de ocupar una posición dentro del sistema, sino de crear las condiciones para que surjan nuevas formas de vida y comunidad, que trasciendan el marco limitante del capitalismo y se orienten hacia una utopía que aún no hemos imaginado.
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