Memento en WhatsApp que nunca leerás


Feliz Navidad, me gustaría escribirte por WhatsApp a las 12 de la noche, 

con resaca de cena familiar y calima del Sahara,
que tiñe las paredes del complejo de edificios,
antes blancos como la cal, de un tono marronáceo/anaranjado,
y la piscina al fondo del patio se va limpiando, lentamente,
por uno de esas rumbas subacuáticas,
como si fueran batiscafos de Jacques Cousteau;
pero sé que lo leerás y no me contestarás.

Sé que te habría encantado conocer esto;
los lagos, las garzas blancas como la nieve cada mañana volando sobre nuestras cabezas, 
el rocódromo que construyeron en un lateral del complejo de edificios,
el atardecer cada día reflejado en el mar en tonos escarlata y anaranjados,
hacer el amor cuando nos quedáramos solos,
el olor a muebles de Ikea, a nuevo y al salitre del mediterráneo,
leer a esas autoras de librerías feministas y antifascistas que tanto nos gustaban:
Chimamanda Ngozi Adichie, Silvia Plath, Luna Miguel, María Sánchez; 
en la terraza, mientras podríamos observar la luna desde el telescopio,
y decirte lo mucho que me encantaba compartir el cielo de la noche contigo,
que tú podrías ser Selene, diosa Luna, y yo podría ser Sirio-b.

Todo esto no son más que imágenes mentales,
idealismos que nunca sucedieron ni sucederá.

Se mezclan con mis recuerdos reales,
con los besos que te daba cada noche antes de ir a dormir,
que sabían a amaneceres dulces, a ducharnos antes de salir juntos,
al maullar de nuestros gatos cuando dormían a nuestro lado,
al cocinarnos el uno al otro, mientras nos abrazábamos por la espalda,
a verte dormir la siesta en el salón de nuestro refugio hogar,
mientras casi lloraba del amor que sentía al verte así, tan tranquila y vulnerable,
tan bonita y tan maravillosa.

Algunos días de verdad lloré mientras te observaba dormida,
como si observara el choque de dos galaxias,
y sabes que la destrucción será enorme, como sucede con las galaxias,
pero el espectáculo es lo más bello que has visto.

Se me ha quedado tu salmantino, como un virus del lenguaje,
y siempre digo "atrochar", "candar" y "lo que", en un firme homenaje a tu estela polar,
y cada vez que lo digo muero un poquito más por dentro.

Me he quedado con otras costumbres,
como comprar de vez en cuando hornazo, y celebrar el lunes de aguas,
o la chanfaina, y en hacer la receta de filetes rusos que tu madre me explicó,
fiel fanático de su cocina.

Ahora, me odias, pero lo prefiero,
porque odiarme significa que estás bien, que todo te va bien,
y no hay nada que desee más en la vida: que estés bien.
Yo soy la muerte, yo soy Ozymandias, soy Alejandro Magno,
lo tuve todo, y todo lo perdí por mi ego,
yo soy lo que destruye lo que más quiero.

Ha pasado un año desde que nos separamos,
y en parte me parece una eternidad,
y por otra parte me parece como si fuese ayer,
como si aún mi ropa oliera a la humedad de nuestra casa y a tus abrazos,
como si cada vez que entrara al baño me fuese a cruzar contigo, y te diera un beso.

Duermo por las noches con tu rostro tatuado en mi, y te echo tanto de menos... 

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