Ciberfeminismo 2.0: del manifiesto xenofeminista a las luchas contemporáneas por la reapropiación del cuerpo y el género
Primeras genealogías: ciberfeminismo en los 90
El ciberfeminismo surge a comienzos de la década de 1990 como un movimiento cultural y político que buscaba en la naciente esfera digital un terreno fértil para la experimentación con nuevas formas de subjetividad, identidad y resistencia feminista. Aunque heterogéneo en sus expresiones, puede rastrearse su genealogía en dos polos fundamentales: por un lado, el trabajo teórico de Sadie Plant y, por otro, la práctica artística y política de colectivos como VNS Matrix.
Sadie Plant, en su influyente Zeros + Ones (1997), reinterpretó la historia de la tecnología desde una perspectiva feminista radical, planteando que la informática y la digitalidad tenían ya inscrita una dimensión femenina y subversiva. Plant sugiere que las mujeres, históricamente asociadas al cálculo, el tejido y el software, encarnan la lógica de lo digital frente a la tradición patriarcal de la máquina industrial. Esta reapropiación simbólica del ciberespacio abría la posibilidad de imaginar una “tecnocultura femenina” en la que las dicotomías tradicionales —hombre/mujer, humano/máquina, naturaleza/cultura— pudieran desestabilizarse.
Paralelamente, el colectivo artístico australiano VNS Matrix acuñó en 1991 el término ciberfeminismo y difundió el célebre Cyberfeminist Manifesto for the 21st Century. Allí declaraban: “We are the virus of the new world disorder, rupturing the symbolic from within, saboteurs of big daddy mainframe” (VNS Matrix, 1991). El manifiesto expresaba la convicción de que la tecnología, lejos de ser dominio exclusivo de lo masculino, podía convertirse en un campo de sabotaje y reinscripción feminista. Esta mezcla de estética punk, humor irónico y crítica al orden patriarcal informático condensaba el espíritu utópico del primer ciberfeminismo.
En esta primera etapa, Internet se concebía como un espacio liberado de las constricciones del mundo físico. El anonimato y la posibilidad de adoptar múltiples identidades en entornos digitales tempranos (chats, foros, juegos en línea) se interpretaba como una vía para cuestionar la naturalización de las identidades de género y explorar formas de subjetividad disidentes. Tal como señala Faith Wilding (1998), “la cibercultura no garantiza por sí misma una política progresiva; lo que importa es cómo se organiza su acceso y uso” (p. 10). La ilusión de un “ciberespacio sin cuerpo” se transformó en un laboratorio imaginativo para pensar la fluidez del género y la hibridación con lo maquínico.
Sin embargo, el ciberfeminismo de los noventa estuvo también marcado por limitaciones. El acceso a las tecnologías digitales estaba concentrado en élites académicas, artísticas y de clase media-alta, lo que restringía el alcance real de sus propuestas. Asimismo, la fascinación por la virtualidad condujo en ocasiones a una fetichización de lo digital, que invisibilizaba las condiciones materiales de producción y el trabajo oculto detrás de la infraestructura tecnológica (Stabile, 2002). El énfasis en la disolución de identidades también fue criticado por su tendencia a obviar las desigualdades estructurales de raza, clase y geopolítica.
En suma, el ciberfeminismo de los noventa representó una primera tentativa por reconfigurar la relación entre feminismo y tecnología, inaugurando una visión que entendía el ciberespacio como lugar de resistencia y experimentación política. Pero sus límites —en especial, la escasa atención a la materialidad de la infraestructura y a las desigualdades de acceso— marcaron la necesidad de una actualización crítica. Será justamente esa actualización la que emprenderá, dos décadas después, el xenofeminismo, proponiendo un feminismo que no sólo habite la tecnosfera, sino que busque reapropiarse activamente de sus infraestructuras y potencialidades.
El manifiesto xenofeminista: un feminismo para la alienación
La publicación en 2015 del Xenofeminist Manifesto: A Politics for Alienation por el colectivo anónimo Laboria Cuboniks marcó un punto de inflexión en la historia del pensamiento feminista vinculado a la tecnología. El texto, difundido inicialmente en línea, retomaba la tradición de los manifiestos feministas radicales —desde el SCUM Manifesto de Valerie Solanas (1968) hasta el Cyborg Manifesto de Donna Haraway (1984)—, pero introducía un giro decisivo: un feminismo que abrazaba la tecnicidad, la artificialidad y la alienación como recursos emancipatorios.
En contraste con el primer ciberfeminismo, que a menudo se limitaba a imaginar el ciberespacio como un terreno de liberación subjetiva, el xenofeminismo se concibe como un proyecto estratégico y racionalista, orientado a la transformación material de las infraestructuras tecnológicas y sociales. En palabras del propio manifiesto: “Xenofeminism is a rationalism. To claim that reason or science is ‘by nature’ a patriarchal enterprise is to concede defeat” (Laboria Cuboniks, 2015). Aquí se encuentra uno de los rasgos más polémicos de su propuesta: la reivindicación de la razón y la ciencia como campos abiertos a la disputa política, no como dominios esencialmente patriarcales.
Helen Hester (2018), una de las integrantes de Laboria Cuboniks, ha sistematizado el proyecto xenofeminista en torno a tres ejes fundamentales:
Antinaturalismo ontológico. El xenofeminismo sostiene que no existe una “naturaleza” que deba respetarse como fundamento normativo. Al contrario, si “la naturaleza es injusta, cámbiese la naturaleza” (If nature is unjust, change nature). El cuerpo, el género, la sexualidad y la biología son entendidos como procesos contingentes y manipulables, susceptibles de ser reconfigurados colectivamente.
Abolicionismo de género. Esta consigna no implica la negación de las identidades de género, sino su proliferación y desestabilización. En lugar de fijar categorías identitarias, el xenofeminismo apuesta por la multiplicidad: “Let a hundred sexes bloom” (Laboria Cuboniks, 2015). La abolición, en este sentido, significa abolir la centralidad del binarismo como principio organizador de lo social.
Racionalismo político-tecnológico. Frente al relativismo posmoderno, el xenofeminismo afirma la necesidad de recuperar la racionalidad y la tecnociencia como herramientas críticas. No se trata de una aceptación acrítica del progreso tecnocientífico, sino de una apuesta por reprogramar sus fines: convertir la infraestructura técnica en medio de emancipación en lugar de dominación.
Esta orientación supone un giro respecto a gran parte del feminismo contemporáneo, que había tendido a recelar de la tecnociencia como expresión de lógicas patriarcales. Para el xenofeminismo, renunciar a la tecnología significaría entregar el terreno al capital y al patriarcado. Como subraya Hester (2018, p. 54), “la cuestión no es si la tecnología puede o no ser feminista, sino cómo podemos colectivamente intervenir en ella para que sea un vector de emancipación”.
El manifiesto se articula, además, como un proyecto universalista. Frente al riesgo de fragmentación del feminismo en identidades parciales y locales, Laboria Cuboniks reclama un universalismo estratégico, capaz de articular demandas comunes sin caer en esencialismos. Tal como señalan: “Xenofeminism is gender-abolitionist. In the face of a gendered oppression which pervades every aspect of our lives, we are not content to wait for the end of patriarchy — we demand abolition now” (Laboria Cuboniks, 2015).
El xenofeminismo no se limita, por tanto, a diagnosticar la condición actual de las mujeres y cuerpos disidentes en la era digital, sino que formula una programática política orientada hacia el futuro. Frente a la nostalgia biológica o la resistencia defensiva, apuesta por un feminismo “para la alienación”: una política que no rehúye la extrañeza de lo tecnocientífico, sino que la instrumentaliza como motor emancipador.
Con este movimiento, el xenofeminismo abre el camino a lo que podemos llamar un ciberfeminismo 2.0: un feminismo que ya no se limita a explorar la identidad en la virtualidad, sino que interviene activamente en las infraestructuras biotecnológicas, informáticas y algorítmicas que configuran lo social. En la siguiente sección analizaremos precisamente este tránsito, explorando cómo el ciberfeminismo 2.0 se configura como actualización crítica del imaginario de los noventa, en un contexto dominado por el capitalismo de plataformas y la economía de datos.
Del ciberfeminismo al ciberfeminismo 2.0
El tránsito del ciberfeminismo de los años noventa al llamado ciberfeminismo 2.0 debe entenderse en el marco de una mutación estructural: el paso de un Internet descentralizado, utópico y experimental a un ecosistema digital dominado por grandes plataformas, arquitecturas de vigilancia y regímenes de extracción de datos. Lo que en sus orígenes se percibía como un espacio abierto a la experimentación identitaria y al hackeo cultural, se ha transformado en un dispositivo de captura de atención, subjetividad y deseo (Zuboff, 2019).
Nick Srnicek (2016) acuñó el término capitalismo de plataformas para describir este nuevo orden. En él, empresas como Google, Meta o Amazon no sólo intermedian en la comunicación, sino que constituyen infraestructuras fundamentales de la vida cotidiana: monopolizan la búsqueda de información, organizan el consumo cultural y gobiernan la sociabilidad digital. En este contexto, la red ya no aparece como un terreno de emancipación espontánea, sino como un campo atravesado por lógicas extractivas y por sistemas de control algorítmico profundamente sesgados en términos de género, raza y clase.
El ciberfeminismo 2.0 debe, por tanto, operar en doble registro. Por un lado, mantiene el espíritu crítico y subversivo del primer ciberfeminismo, al denunciar la naturalización de las identidades y al imaginar futuros post-género. Por otro, debe asumir la complejidad de un entorno digital capturado, lo que exige desarrollar tácticas de reapropiación y sabotaje dentro de sistemas altamente vigilados y mercantilizados.
En este sentido, el Manifiesto Xenofeminista funciona como bisagra: retoma la dimensión utópica del ciberfeminismo original, pero introduce la necesidad de una praxis materialista y racionalista, capaz de intervenir directamente en las infraestructuras digitales y biotecnológicas. El paso al ciberfeminismo 2.0 supone reconocer que la red ya no es un espacio neutro de exploración identitaria, sino un territorio hostil que requiere estrategias de hackeo y contrauso.
Entre los ejemplos más significativos de estas estrategias podemos mencionar:
Movimientos virales como #MeToo. Más allá de su impacto en la visibilización de la violencia patriarcal, este caso muestra la ambivalencia de las plataformas: por un lado, permiten la difusión masiva de testimonios y el fortalecimiento de redes de solidaridad; por otro, transforman esos mismos testimonios en materia prima para la economía de datos, reproduciendo la lógica de la extracción algorítmica (Banet-Weiser, 2018).
Biohacking feminista. Colectivos como GynePunk han explorado la creación de laboratorios de biotecnología de bajo coste para desarrollar herramientas ginecológicas de código abierto, desafiando la monopolización médica y farmacéutica de los cuerpos femeninos y disidentes. Estas prácticas constituyen ejemplos concretos de reapropiación tecnopolítica del cuerpo, en línea con los postulados xenofeministas de transformar la biología misma.
Open Source Gender Codes. Iniciativas que exploran la creación de protocolos abiertos para la modificación corporal y de género. Estas prácticas radicalizan la idea del género como infraestructura hackeable, mostrando cómo la digitalidad y la biotecnología pueden convertirse en campos de experimentación colectiva.
El ciberfeminismo 2.0 se define, por tanto, por una ambivalencia constitutiva: es consciente de los peligros de la tecnocultura contemporánea (surveillance capitalism, sesgo algorítmico, violencia digital), pero al mismo tiempo se niega a renunciar al potencial emancipador de la técnica. Esta ambivalencia lo distancia tanto de un tecno-optimismo ingenuo como de un tecno-pesimismo paralizante. Como señala Helen Hester (2018), la cuestión no es “tecnología sí o no”, sino qué tecnologías, bajo qué condiciones, con qué fines y controladas por quiénes.
En resumen, el paso al ciberfeminismo 2.0 implica una actualización crítica: frente a la ingenuidad utópica del primer ciberfeminismo, se trata ahora de articular proyectos que reconozcan la captura neoliberal de la red, pero que la enfrenten desde el hackeo, la reapropiación y la construcción de infraestructuras feministas alternativas.
Reapropiación del cuerpo: luchas contemporáneas
El paso del ciberfeminismo al xenofeminismo y al llamado ciberfeminismo 2.0 tiene un eje central: la reapropiación del cuerpo como campo tecnopolítico. Frente a las narrativas biopolíticas que conciben el cuerpo como objeto de control estatal, médico y patriarcal, el feminismo tecnopolítico contemporáneo lo entiende como un territorio abierto a la experimentación, el hackeo y la intervención colectiva. En este marco, las luchas contemporáneas se articulan en torno a tres dimensiones principales: biotecnologías reproductivas, farmacopolítica hormonal y datafeminismo.
Biotecnologías reproductivas
El control de la reproducción ha sido históricamente una de las principales formas de dominación patriarcal. Desde la restricción del acceso al aborto hasta la medicalización de la fertilidad, el cuerpo reproductivo ha sido moldeado por instituciones religiosas, jurídicas y médicas. El xenofeminismo se posiciona de forma clara frente a esta situación: no se trata de defender una “naturaleza femenina” esencializada, sino de universalizar el acceso a las tecnologías reproductivas y desmantelar los monopolios que controlan la capacidad de decidir sobre el propio útero.
Un ejemplo paradigmático es el colectivo Women on Waves, que desde principios de los 2000 ha utilizado barcos y, más recientemente, drones para distribuir píldoras abortivas en países con legislaciones restrictivas (Sanghani, 2015). Estas acciones no sólo proveen acceso material a un derecho denegado, sino que simbolizan una reapropiación feminista de las tecnologías de movilidad, logística y farmacología. El útero, en este marco, deja de ser un destino biológico y se convierte en un campo de disputa tecnopolítica.
La pregunta que plantea el ciberfeminismo 2.0 no es si debemos usar biotecnología, sino cómo reapropiarla y democratizarla. De aquí se derivan debates sobre úteros artificiales, fertilización in vitro accesible o nuevas formas de anticoncepción: tecnologías que, bajo control corporativo, reproducen desigualdades, pero que bajo control colectivo pueden convertirse en vectores de emancipación.
Hormonas y farmacopolítica
El segundo campo de lucha es el acceso a las hormonas y su uso como tecnologías de género. Helen Hester (2018) enfatiza que las hormonas deben pensarse como mediadores materiales de la identidad, capaces de abrir posibilidades de auto-determinación más allá del marco binario.
En numerosos contextos, el acceso a tratamientos hormonales para personas trans sigue restringido por protocolos médicos patologizantes, altos costes o marcos legales discriminatorios. Frente a esto, han surgido redes de distribución comunitaria de hormonas, donde colectivos trans-feministas producen, comparten y regulan sus propios regímenes farmacológicos. Estas prácticas encarnan la consigna xenofeminista de “cambiar la naturaleza” y constituyen un ejemplo concreto de reapropiación del cuerpo como infraestructura política.
La farmacopolítica hormonal se entrelaza también con debates sobre la salud reproductiva femenina en general: desde el control del ciclo menstrual hasta los efectos secundarios de los anticonceptivos. El ciberfeminismo 2.0 insiste en que estas tecnologías no pueden quedar bajo el dominio exclusivo de corporaciones farmacéuticas, sino que deben ser democratizadas como parte de un común farmacológico.
Datafeminismo y el cuerpo-dato
El tercer eje de reapropiación corporal es el cuerpo digitalizado. En la era del capitalismo de vigilancia, los cuerpos no sólo están presentes en el espacio físico, sino que son traducidos continuamente a datos: pasos medidos por apps de salud, ciclos menstruales registrados en aplicaciones, rostros analizados por sistemas de reconocimiento facial.
Catherine D’Ignazio y Lauren Klein (2020) acuñaron el término datafeminism para referirse a un enfoque crítico que visibiliza y combate los sesgos de género y raza inscritos en los sistemas algorítmicos. El caso de los algoritmos de reconocimiento facial que identifican peor los rostros femeninos y racializados (Buolamwini & Gebru, 2018) es un ejemplo paradigmático de cómo la infraestructura técnica reproduce y amplifica desigualdades.
El datafeminismo propone estrategias de reapropiación: desde la creación de bases de datos feministas hasta el diseño de algoritmos transparentes y participativos. En este marco, el cuerpo no es sólo carne y biología, sino también un cuerpo-dato que debe ser defendido y reapropiado frente a su captura por el capital.
La reapropiación del cuerpo en el ciberfeminismo 2.0 implica un desplazamiento radical respecto al feminismo liberal y biológico. No se trata únicamente de reclamar derechos sobre un cuerpo dado, sino de transformar el propio cuerpo como territorio político: reprogramarlo, hackearlo, redistribuir sus tecnologías. Esta reapropiación se manifiesta en luchas reproductivas, farmacológicas y digitales, que convergen en una misma lógica: el cuerpo como común tecnopolítico.
Críticas y tensiones
Si bien el xenofeminismo y el ciberfeminismo 2.0 han abierto horizontes de emancipación radical, no están exentos de críticas y tensiones internas. Estas discusiones son esenciales, pues permiten situar el debate en un terreno realista y reconocer los riesgos de ciertos excesos teóricos o políticos.
Riesgo de tecno-optimismo
Una de las críticas más recurrentes se refiere al exceso de confianza en la tecnología como herramienta emancipadora. Brendan Gleeson (2019) sostiene que el xenofeminismo, al reivindicar la razón y la ciencia, corre el riesgo de reactivar una forma de racionalismo ilustrado que invisibiliza los efectos devastadores de la tecnociencia bajo el capitalismo contemporáneo. Desde esta perspectiva, el manifiesto podría ser leído como ingenuo, en tanto subestima la capacidad del capital de apropiarse de cualquier innovación técnica para sus propios fines.
Esta crítica conecta con debates más amplios sobre el aceleracionismo: ¿es posible “apropiarse” de la velocidad y la infraestructura tecnocientífica sin reproducir las mismas lógicas de dominación que se intentan subvertir? El dilema se condensa en la pregunta: ¿hasta qué punto la tecnociencia puede ser reprogramada políticamente, y hasta qué punto estamos condenados a operar dentro de sus parámetros capitalistas?
Tensiones con el transfeminismo
Otra fuente de tensión proviene de la consigna xenofeminista del “abolicionismo de género”. Para Laboria Cuboniks, abolir el género no significa eliminar identidades, sino abrir un campo de proliferación post-binaria. Sin embargo, ciertos sectores transfeministas han criticado que esta consigna puede minimizar la importancia política de las identidades encarnadas y las luchas concretas por el reconocimiento trans.
Sophie Lewis (2019), por ejemplo, subraya que las categorías identitarias, aunque socialmente construidas, siguen siendo condiciones materiales de opresión y, por tanto, herramientas necesarias para la organización política. Desde esta perspectiva, hablar de abolición del género puede invisibilizar las violencias que afectan a cuerpos específicos, en contextos donde la identidad trans, racial o migrante no es un terreno abstracto, sino una lucha concreta por sobrevivir.
El giro del “realismo doméstico”
Helen Hester, una de las autoras del manifiesto, ha desarrollado en trabajos posteriores una reflexión crítica sobre las limitaciones del xenofeminismo. En diálogo con Nick Srnicek, Hester propone lo que denomina “realismo doméstico”, que pone en el centro el problema del trabajo reproductivo y de cuidados (Hester & Srnicek, 2023).
El argumento es claro: el feminismo no puede limitarse a imaginar futuros post-género mediados por biotecnología; debe también afrontar las condiciones materiales de la reproducción social —la crianza, el cuidado, la alimentación, la vida doméstica—. Sin transformar radicalmente esta esfera, cualquier proyecto tecnopolítico corre el riesgo de permanecer en un plano abstracto. Como afirman Hester y Srnicek (2023, p. 42), “si el feminismo quiere transformar la vida cotidiana, debe hacerlo desde la cocina, la crianza y la reproducción social, no sólo desde el laboratorio”.
Este giro introduce una tensión productiva: ¿cómo articular el universalismo tecnopolítico del xenofeminismo con la materialidad inmediata de las tareas domésticas? ¿Cómo pensar la reapropiación tecnológica no sólo en el campo de la biotecnología y los algoritmos, sino también en la redistribución de los cuidados y del tiempo libre?
Crítica al universalismo
Finalmente, el universalismo estratégico defendido por el xenofeminismo ha sido cuestionado desde perspectivas decoloniales. Algunas autoras advierten que la búsqueda de un marco universal corre el riesgo de reproducir lógicas coloniales y eurocéntricas, invisibilizando saberes y luchas situadas en contextos no occidentales.
El reto consiste en sostener un universalismo que no sea homogeneizador, sino fractal: capaz de articular lo común sin borrar lo particular. En este sentido, el ciberfeminismo 2.0 debe ser capaz de integrar perspectivas locales, interseccionales y decoloniales, evitando que su proyecto emancipador se convierta en una imposición tecnopolítica de élites globales.
Las críticas al ciberfeminismo 2.0 no invalidan su propuesta, pero sí señalan sus límites y la necesidad de desarrollarlo en diálogo con otras corrientes feministas. El tecno-optimismo debe matizarse con una crítica de la infraestructura capitalista; el abolicionismo de género debe complementarse con la defensa de identidades encarnadas; y el universalismo debe abrirse a perspectivas decoloniales y situadas. En esta tensión se juega la posibilidad de que el ciberfeminismo 2.0 no se convierta en una utopía abstracta, sino en un proyecto material y políticamente eficaz.
Hacia un feminismo tecnopolítico del común
Las críticas y tensiones discutidas en la sección anterior no deben entenderse como frenos, sino como indicios de un potencial más amplio: la necesidad de articular el ciberfeminismo 2.0 en un horizonte post-capitalista de los comunes. Este desplazamiento supone ampliar la mirada más allá del sujeto individual y más allá de la identidad, para pensar el cuerpo, el género y la tecnología como infraestructuras colectivas susceptibles de ser reapropiadas.
Del cuerpo individual al cuerpo-común
La reapropiación de la reproducción, las hormonas y los datos, tal como hemos analizado, ya no puede concebirse en términos puramente individuales. El útero, por ejemplo, no es sólo un órgano biológico: es una infraestructura social atravesada por marcos legales, instituciones médicas y redes tecnológicas. Lo mismo ocurre con las hormonas, que dependen de cadenas farmacéuticas globales, o con los datos, que circulan en infraestructuras planetarias de almacenamiento y procesamiento.
De ahí que el ciberfeminismo 2.0 deba plantearse en clave comunal: no se trata de que cada individuo acceda a la reapropiación tecnológica de su cuerpo, sino de construir infraestructuras colectivas que garanticen ese acceso. En términos de Federici (2019), el cuerpo debe ser pensado como un bien común, no como propiedad privada ni como recurso corporativo.
Tecnologías como comunes
La apuesta xenofeminista por “reprogramar la naturaleza” exige traducirse en proyectos concretos de democratización tecnológica. En este sentido, podemos identificar tres campos donde se juega la construcción de comunes tecnopolíticos:
Comunes reproductivos: acceso universal y gratuito a tecnologías reproductivas y abortivas, apoyado en infraestructuras públicas y comunitarias, y no en el mercado privado.
Comunes farmacológicos: redes comunitarias de distribución de hormonas y medicamentos, con protocolos colectivos de cuidado y supervisión.
Comunes digitales: plataformas federadas, software libre, algoritmos transparentes y bases de datos abiertas, gestionadas democráticamente.
Estas propuestas buscan desplazar el poder desde el capital y el Estado hacia formas de autogobierno feministas y colectivas.
Universalismo situado
El reto, como señalábamos en las críticas, es evitar que este horizonte común se convierta en una abstracción eurocéntrica o homogeneizadora. El feminismo tecnopolítico del común debe ser universalista pero situado: capaz de articular luchas globales —acceso a las tecnologías reproductivas, democratización del conocimiento científico— sin borrar las diferencias culturales, históricas y geopolíticas.
Aquí se abre un diálogo fecundo con perspectivas decoloniales y con los feminismos del Sur global, que han mostrado cómo la lucha por la reapropiación del cuerpo está atravesada por violencias específicas: esterilizaciones forzadas, extractivismo de datos biométricos, criminalización de prácticas médicas locales. Integrar estas luchas en un proyecto xenofeminista ampliado es condición indispensable para evitar la recaída en un tecnofeminismo elitista.
Una política afirmativa de la alienación
Finalmente, lo que distingue al ciberfeminismo 2.0 es su disposición afirmativa hacia la alienación. Donde otros feminismos han visto en la tecnociencia un peligro de deshumanización, el xenofeminismo plantea que la alienación no es algo a evitar, sino algo a politizar. La condición contemporánea —cuerpos farmacologizados, datos capturados, subjetividades mediadas por algoritmos— no puede revertirse hacia una supuesta “naturaleza original”. La salida no es un retorno, sino una reapropiación.
Como señalan Laboria Cuboniks (2015), “no hay naturaleza, sólo historia”. Y esa historia, en el presente, está escrita con biotecnologías, algoritmos y datos. El desafío del ciberfeminismo 2.0 es reescribir esa historia colectivamente, transformar la alienación en herramienta, y convertir las infraestructuras de dominación en infraestructuras de común.
El tránsito del ciberfeminismo de los noventa al ciberfeminismo 2.0, mediado por el manifiesto xenofeminista, refleja una transformación profunda en la relación entre feminismo y tecnología. Si el primer ciberfeminismo imaginó la red como un espacio de experimentación identitaria, el xenofeminismo y sus derivas posteriores reconocen que la tecnosfera contemporánea está atravesada por regímenes de captura y extracción, y que la emancipación no pasa por huir de la tecnología, sino por reapropiarla.
Las luchas contemporáneas por el cuerpo y el género —en torno a la reproducción, las hormonas y los datos— muestran que el cuerpo ya no puede entenderse como un “dato natural”, sino como una infraestructura política. Desde las píldoras abortivas lanzadas por drones hasta las redes comunitarias de distribución hormonal, pasando por el datafeminismo que combate los sesgos algorítmicos, asistimos a una pluralidad de prácticas que materializan la consigna xenofeminista: “If nature is unjust, change nature”.
Sin embargo, este horizonte emancipador no está exento de tensiones: el riesgo de tecno-optimismo, las fricciones con el transfeminismo, la necesidad de atender al trabajo reproductivo y la crítica decolonial al universalismo. Estas tensiones obligan a pensar el ciberfeminismo 2.0 no como doctrina cerrada, sino como campo en disputa, en constante reelaboración.
El futuro del ciberfeminismo pasa por articular un feminismo tecnopolítico del común: un proyecto que conciba la biotecnología, la farmacología y la digitalidad como terrenos colectivos, sujetos a gobernanza democrática y a la imaginación feminista. La alienación ya no es un enemigo, sino un campo de batalla; el cuerpo no es destino, sino infraestructura; la tecnología no es ajena, sino materia prima de futuros post-capitalistas.
En última instancia, el ciberfeminismo 2.0 no busca un retorno a lo natural, sino una fuga hacia adelante: una política afirmativa que haga de la tecnicidad y la artificialidad los cimientos de una nueva emancipación.
Bibliografía
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