Forgotten Malls




Recuerdos de tiempos mejores

Hubo una época, allá a principios de los noventa, en la que los chavales que empezábamos a ser conscientes y sociables, dentro de nuestra clase media acomodada en el extrarradio de grandes ciudades -en mi caso Madrid-, sin crisis, de adosados con pequeños jardines verdes, en la que se desarrolló toda una forma de vida, bastante desconocida pero no oculta, en cuanto a que vivíamos alejados del bullicio, la urbe y las grandes modas, y todo ello llegó a girar en torno a los pequeños centros comerciales que empezaban a surgir en aquellos años, con su gran auge y su posterior caída.

Para un ejemplo típico como el mío propio, todo comenzó en Rivas Urbanizaciones, una zona anexa a Rivas pero separada, de reciente construcción, repleta de chalets y casas uniformes y encajadas unas tras otras, como soldaditos impolutos en una caja de cartón rodeada de grandes avenidas y jardines cortados al milímetro. Todo un modelo de una década relajada, donde por cierto nos mudamos al año de nacer yo -1989-, y donde prácticamente pasé toda mi niñez y adolescencia, hasta el 2003.

Para los niños de aquel paraíso de tranquilidad, la oferta de ocio no era muy extensa, y no pasaba de visitar las casas de los compañeros de clase y vecinos, o de observar el paso del tiempo en el jardín, jugando a batallas épicas entre la jungla de cuatro pinos y dos maceteros de flores. Comprenderéis el impacto que supuso la apertura del primer Centro Comercial. Ya en aquellos inicios, recuerdo bien aquella música de fondo, aquel hilo musical que era omnipresente, en el súper, en los pasillos, en las tiendas, música ochentera sin letra, (llamada "muzak") puros sintetizadores con ese mood de ambientación, que se veía reverberado por el eco del centro comercial, haciéndolo aún más onírico.

El Plaza, como lo llamábamos, estaba a cuatro manzanas de mi casa, tenía tres plantas, cine, el primer supermercado "grande" de Rivas, bares, un kiosco repleto de coleccionables -que doblaba en espacio a las cuatro paredes metálicas de un metro del que estaba en plena Avenida de los Almendros, donde tantas veces recuerdo acompañar a mi padre a comprar el periódico-, una tienda de chucherías, videoclub, y lo que a mí más me marcó, la primera tienda de chinos "todo a 100 pesetas", estanterías y estanterías de todo lo que en nuestras cortas vidas podría interesarnos: libros de ilustraciones, aviones y soldados de plástico, papelería, cintas VHS con falsificaciones cutres de películas Disney, y hasta un primitivo ordenador. Recuerdo también con especial cariño la pizzería que estaba en la última planta, el Oasis II, y la cantidad de cenas que tuvimos con amigos de mis padres y vecinos, con sus correspondientes hijos, con los que ya formábamos una incipiente panda típica de centro comercial.

Recuerdo grandes fines de semana de cine, exposiciones de dinosaurios, coincidiendo con el estreno de Jurassic Park, y sobre todo las máquinas recreativas que tenía cada bar y restaurante, con el Pang y el Metal Slug. De aquellos bares recuerdo también la música que salía de las teles que colgaban del techo, con canales de videoclips míticos como MTV (cuando emitía música, no programas basura) y VH1, sin contar aquel espacio prohibido que eran los pubs, con aquellas canciones más oscuras, como The Cure, New Order, y un largo etc. Cuando asomábamos la cabeza por la puerta siempre me quedaba embobado con aquellas canciones. Sin embargo, mientras nuestros padres se tomaban su copa, nosotros quedábamos relegados al ambiente más relajado de los pasillos y su música ambiental, donde corríamos y jugábamos al escondite.

Poco tiempo después exploraríamos otros centros comerciales, como el Covibar, y el que supuso el salto más grande, el Parque Corredor, inmenso centro comercial del que siempre recordaré con cariño los gigantescos recreativos masivos que tenía en los 90, como una cueva enorme donde se juntaba tecnología, simuladores, lanzamientos de pelotas, tiro con escopetas láser, …

El fantasma del centro comercial

Si pensamos en la “hauntología”, ese término creado por Derrida y popularizado por Mark Fisher en sus críticas musicales, el Mallsoft sería el arquetipo de género musical que encaja en la definición perfectamente: nostalgia por los futuros perdidos y “paradojas que tienen lugar en la modernidad tardía, reciclando la estética retro e insistiendo en la incapacidad de la cultura contemporánea para escapar de las viejas formas sociales”. Por desgracia Mark Fisher nunca conoció el Mallsoft, y no sabemos que habría opinado al respecto.

"En términos sonoros, la hauntología trata de escuchar lo que no está aquí, la voz grabada, la voz que ya no es más garante de la presencia". Bajo esa premisa, nos movemos dentro del Mallsoft. En este caso, la voz grabada son samples de gente andando por pasillos interminables, charlando; la voz aséptica de megafonía anunciando las últimas ofertas de una época que no es la nuestra, a veces incluso en un japonés que nos deja vislumbrar el “gran milagro nippon” de los 80-90. Cacofonías fantasmales con el eco de los grandes espacios barrocos, música ambiental relajada, invitando a un consumismo familiar… Toda una atmósfera, un concepto, que provoca una nostalgia muy agradable, una añoranza genuina, y que a la vez sirve de crítica a la post-modernidad y al capitalismo desmedido de aquellos años felices.


El Mallsoft es también la música del no-lugar, puesto que no hay mejor no-lugar que los centros comerciales, cálidos pero deshumanizados, asépticos, sitios de paso. Los fantasmas del pasado se pasean por los pasillos marmóleos de los centros comerciales, y actualmente, en pleno siglo XXI, son como cementerios repletos de fantasmas, son elementos ya decadentes, semi-abandonados. Donde antes estuvieron los establecimientos más novedosos para toda una generación, ahora se juntan locales vacíos junto con las cadenas y marcas de ropa estándar.

El Mallsoft posee esa "cualidad peculiarmente dolorosa de esas canciones que son melancólicas incluso en su más ostensible alegría, condenadas para siempre a suplir estados que pueden evocar pero no plasmar en instancias reales". Nunca volveremos a acariciar ese sentimiento, incluso si los centros comerciales volvieran a estar de moda, o incluso si de verdad pudiéramos volver atrás al pasado. La nostalgia es artificial, es evocada, y desaparecería en cuanto esa realidad pasada que añoramos volviera a ser real en sí misma.

Repasando sentimientos

El álbum “High Fashion” de Leisure Centre, es uno de los máximos exponentes en cuanto a sonido, cercano a veces al ambient más puro con ciertos toques de bossa nova etérea, de lo que es el Mallsoft en su vertiente relajada, tranquila, perfecta para escuchar en una noche de insomnio mientras miras las luces de la ciudad desde tu ventana. Es también un disco que posee todas las características más clásicas del género: rock suave anónimo de fondo, con samples de centros comerciales, ecos de gente en la lejanía de un espacio holístico paralizado en el tiempo. Justo el mismo concepto clásico que podemos ver en otros álbumes como son los famosos “Hologram Plaza” de Disconscious, y “슈퍼마켓Yes! Were Open” de 식료품groceries.



Otro clásico entre clásicos del género es el álbum “Pall Mall”, de Corp. Todo un ejercicio canónico que posee una pista magnífica de casi 23 minutos que abre el disco, repleta de sampleos de pasos, tacones, megafonía, músicas que aparecen y desaparecen, voces de personas que pasan a tu lado conversando y se pierden en el infinito, toses, chirridos, y un sinfín de matices y pequeños conceptos hacen de ésta pista una visita onírica real a un centro comercial con todo lujo de detalles. Toda una joya y una obra de arte de principio a fín.

Mención aparte se merece el álbum “Kmart 1989-1992” de PowerPcMe. Todo comenzó cuando un tal Mark Davis subió a Archive.org un montón de grabaciones sacadas de cintas de cassette pregrabadas, conteniendo el hilo musical, muzak y los anuncios de productos de Kmart entre 1980 y 1990, hasta que fueron sustituidas por emisiones digitales. Más tarde llegó PowerPcMe, y con fragmentos de éstas grabaciones, editó el disco antes nombrado, dándole un toque Vaporwave y Mallsoft mucho más apetecible y ameno, llevando el concepto a los pasillos de los míticos Kmart americanos.



Conclusión de un sueño

Toda esta parrafada sirva como explicación al porqué del auge en nuestros días de ése sub género del Vaporwave tan destacable como es el Mallsoft. Una infancia jugando entre música de fondo ochentera y ambiental en centros comerciales que salía desde lejanos altavoces fantasmales, hace que se me erice el vello y una lagrimita caiga por mi mejilla cada vez que escucho un disco de 猫シ Corp, de 식료품groceries, o de Disconscious. Es música reciclada, nada original, con mucho eco e incluso con grabaciones superpuestas de sonido ambiente de centros comerciales, con un ambiente onírico o futurista bastante decadente, pero que a mí no deja de recordarme a cada planta plastificada de decoración y a cada baldosa de mármol recargada que pisaba en mi tierna infancia, con una porción de pizza en mis manos y una sonrisa de oreja a oreja en mi cara, mientras corríamos por los interminables pasillos brillantes de lo que ya quedó en la memoria.

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