Crónicas costumbristas desde Acacias (parte 2)


Hoy mientras cocinaba la comida, he hecho unas gyozas al vapor, y me he quemado dos dedos. ¿Qué llevo haciendo gyozas; cinco años, siete? Desde que aprendí a hacerlas en Francia, cuando vivía en Toulouse. Pues nunca me había quemado con el vapor hasta ahora, maldita suerte. Entre eso, y que desde hace un mes o así arrastro algo en el estómago que me hace no querer comer demasiado, voy fino. Es posible que sean las cervezas. Al menos la alergia la tengo completamente controlada, ya no tengo toses como antes, ¡Si me viera Bea! Con lo que le rayaba mi alergia, pensando que eran otras cosas...

Parece que ya no hace tanto calor, y mis gatos lo agradecen. Yo también. Hoy he estado todo el día teletrabajando desde aquí, y no se está tan mal. Mika duerme en el lavabo del baño, por el fresquito que le da la cerámica. Me hace mucha gracia, parece como si del grifo saliera una masa de pelo con forma de gato dormido. Cuando entro y enciendo la luz, se despierta y me mira como diciendo "joder padre, apaga la luz y déjame dormir en paz!". Luego por la noche, la listilla, si que viene al dormitorio, me da un par de lametones en la nariz, y se tumba a mi lado.

He descubierto que los vecinos folladores no son los de arriba, si no, sorprendentemente, los de abajo. Hoy les he escuchado dándolo todo en plena mañana, como a las 11 o así, mientras recogía la ropa tendida. Yo creo que se han dejado la ventana abierta, porque se escuchaban sus gemidos por todo el patio comunitario, y hasta un vecino mayor de en frente ha salido, sin camiseta y con mascarilla, para gritar que se callaran o terminasen ya de darle duro a la cama. Creo que son una pareja de latinos, y hasta creo que tienen un hijo pequeño, pero de esto último no estoy del todo seguro. Con lo pequeños que son los apartamentos, ¿Dónde se mete el niño cuando toca despertar al vecindario con las caderas? Tengo más dudas que certezas, la verdad.

Hoy me tenía que llegar un paquete de Amazon, y supuestamente está en reparto desde las 12 de la mañana. Son las 8 de la tarde, y aquí sigo esperando. Entiendo quizás que en un edificio con tantos números y letras, los repartidores se suelen confundir, pero creo que no es el caso.

En otro orden de cosas, también he llamado al número de la consejería de Sanidad de Madrid, porque me quedan cuatro días para que se cumpla mi pauta de 21 días de la vacunación de Pfizer, y no me han avisado para la segunda dosis, mientras que por ejemplo mi hermana se vacunó a la vez que yo, y ya le han dado cita para la segunda dosis. Después de 15 minutos llamando, me ha cogido el teléfono una chica muy simpática, que me ha comunicado que yo aun no tenía designada cita. Gracias, precisamente llamaba por eso. Luego me ha dicho que espere a mañana o al miércoles, y si no recibía el mensaje, volviera a llamarles. Amablemente le he recordado que disponen de 600.000 dosis de vacunación en la comunidad, pero claro, ella no tenía ni idea de esas cosas. Puto Consejero de Sanidad, Enrique Escudero, y puta Ayuso, maldita política. Mal rayo les parta.

Y hablando de rayos, anoche calló una tormenta eléctrica digna del verano, justo cuando me estaba metiendo en la cama. Mis dos gatos, fieles temerosos de los sonidos fuertes, vinieron corriendo a mi lado, nerviosos, y cada vez que sonaba un trueno, me miraban con cara de sorpresa, y se acurrucaban más y más entre mis brazos. Lo que les quiero no está escrito, desde luego. Son la alegría de mi vida y los que me hacen levantarme cada mañana.

Los vecinos latinos del bajo han pasado un gran fin de semana. El sábado por la noche, mientras me asomaba a fumarme un cigarro, estaban ahí toda la familia completa al fresco, sentados en sillas, con unas litronas de Mahou y un altavoz portátil poniendo bachata. Se reían inocentemente, eran como unos cinco o seis, y sinceramente, a mi me dieron una tranquilidad increíble. Que haya hoy en día, gente tan despreocupada y que disfrute de los pequeños momentos de la vida, me da mucha esperanza.

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