El camino hacia el Cambio Radical - Sobre la huelga y la manifestación como engranajes

La huelga y la manifestación, expresiones colectivas de disidencia, representan puntos de fricción dentro de un sistema que aparenta ser invulnerable. Desde los días del movimiento obrero del siglo XIX hasta los recientes movimientos de justicia social, estas herramientas de la militancia han sido motores de cambio social, pero ¿son suficientes para erosionar o acelerar realmente las estructuras de poder que generan explotación y alienación? En este análisis, exploro estas prácticas tomando prestadas algunas ideas políticas contemporáneas.

La Huelga como interrupción del fluir capitalista

Para Marcuse, la huelga es una forma de "negación radical". En su marco teórico, interrumpir la actividad productiva implica atacar las venas del sistema capitalista, deteniendo su flujo para revelar su dependencia absoluta de los cuerpos y las mentes que explota. La huelga, en este sentido, no solo se limita a la reivindicación laboral, sino que se convierte en un momento de autonomía en el que los trabajadores reafirman su poder de crear o detener el mundo que les explota.

Sin embargo, el problema con las huelgas tradicionales, especialmente en el contexto actual, es su limitada capacidad de llevar esa interrupción a un nivel existencial. La sociedad de consumo ha absorbido estas expresiones de resistencia, cooptándolas y neutralizándolas al transformarlas en meras válvulas de escape. El aceleracionismo puede, en teoría, potenciar el poder disruptivo de la huelga al sugerir que su objetivo no debería ser solo la "mejora" de las condiciones laborales, sino la aceleración del desgaste de las mismas estructuras que le dan sentido.

Manifestación y Huelga: ¿Redefinir el espacio del cuerpo colectivo?

Deleuze y Guattari hablaban del cuerpo sin órganos, una metáfora que describe un espacio de potencial no explotado, una forma de resistencia que escapa a las jerarquías impuestas y a las categorías de utilidad productiva. En este sentido, una manifestación podría interpretarse como una manifestación de cuerpos sin órganos, en tanto que estos cuerpos se niegan a cumplir su papel dentro del sistema. Al salir a la calle y apropiarse de los espacios públicos, los manifestantes están efectivamente creando una ruptura en el flujo capitalista: están dejando de ser sujetos económicos para transformarse en agentes de una producción social paralela.

Podemos ver en estas manifestaciones una oportunidad para intensificar las tensiones dentro del sistema, forzando al capitalismo a desplegar medidas de control que revelan sus mecanismos represivos. La idea sería que, al enfrentar las fuerzas del Estado en un espacio público, se desvelan las fallas en la promesa de libertad y democracia, mostrando la represión latente bajo la superficie.

Sin embargo, el riesgo de esta forma de manifestación es que puede ser absorbida o convertida en un simple espectáculo, un acto catártico sin consecuencias sistémicas. En palabras de Fisher, muchas manifestaciones terminan funcionando como una válvula de escape emocional, una especie de "realismo capitalista" en el que incluso la protesta está predestinada a ser inefectiva. El desafío entonces radica en cómo intensificar estos actos para que sean más que meros eventos momentáneos y, en cambio, aceleren el desgaste estructural del sistema.

La Aceleración del Colapso: ¿Cómo Potenciar la Militancia?

Si, como sugieren las ideas aceleracionistas, el cambio no puede lograrse a través de una simple resistencia sino a través de la intensificación de las contradicciones internas del sistema, entonces huelgas y manifestaciones deben ser repensadas. En lugar de buscar concesiones y reformas, deberían enfocarse en exacerbar las tensiones sociales y económicas hasta el punto en que el sistema mismo empiece a mostrar signos de colapso.

Mark Fisher observaba que el capitalismo tiene una capacidad sin precedentes para absorber las disidencias, incorporándolas como nuevas formas de mercado o neutralizándolas mediante promesas de mejora. Las manifestaciones y huelgas, entonces, deberían reorientarse hacia objetivos menos conciliadores y más disruptivos: no simplemente demandar cambios, sino mostrar la imposibilidad de que el capitalismo cumpla con esas demandas sin destruirse a sí mismo.

Para que estos actos tengan un verdadero impacto aceleracionista, deben actuar como "líneas de fuga" en el sentido deleuziano: desviaciones radicales que generan espacios de resistencia y transformación autónomos. Las huelgas, en este sentido, podrían aspirar a ir más allá de lo laboral para interrumpir el funcionamiento cotidiano de las ciudades, afectar la logística, los recursos energéticos y otras estructuras clave. Las manifestaciones podrían centrarse en ocupar, no solo simbólicamente, sino físicamente, espacios de poder económico y político, ejerciendo una presión constante que haga insostenible el status quo.

Hacia un engranaje de Aceleración Permanente: Huelgas y manifestaciones como procesos continuos

Siguiendo esta línea, las huelgas y manifestaciones no deben ser vistas como eventos aislados, sino como engranajes de un proceso continuo de desestabilización. Inspirados por las ideas de Fisher y Marcuse, podemos imaginar una militancia que funcione como un motor de aceleración, donde cada huelga y cada manifestación se alimenta de las anteriores, acumulando tensiones y alianzas en una espiral incesante de disidencia.

Este tipo de "militancia acelerada" rechazaría las demandas de mejoras graduales y apuntaría, en cambio, a crear un estado de crisis perpetua para el sistema. Un ejemplo contemporáneo de esta idea podría verse en los movimientos de huelga climática, donde el objetivo no es simplemente detener un oleoducto o cancelar una empresa, sino exponer y colapsar el modelo económico dependiente de los combustibles fósiles en su conjunto.

Para que esta aceleración sea efectiva, debe mantenerse viva y constante. Los trabajadores deben organizarse en redes que mantengan huelgas cíclicas y rotativas, que resistan a la rutina de la normalización. Las manifestaciones deben transformarse en una especie de "militancia móvil", capaz de fluir y adaptarse sin centralizarse ni volverse predecible. Aquí, Deleuze y Guattari ofrecen una inspiración en sus conceptos de "guerrilla rizomática": movimientos descentralizados y flexibles, difíciles de cooptar.

La Oscura Exigencia: Radicalizar el propósito del cambio

En última instancia, una militancia verdaderamente acelerada exige la aceptación de que el cambio radical no puede lograrse sin un nivel de riesgo y caos inherente. Bajo este prisma, las huelgas y manifestaciones se convierten en actos de experimentación social que buscan descubrir hasta dónde se puede llevar el sistema antes de que se quiebre. Marcuse hablaba de la "gran negativa" como una forma de liberar a la sociedad de sus ataduras, y el aceleracionismo se alinea con esta idea al plantear que solo intensificando las contradicciones se puede alcanzar una "ruptura" real.

Para los militantes de izquierdas, entonces, la cuestión ya no es "¿cómo podemos negociar un espacio dentro del sistema?", sino "¿cómo podemos empujar el sistema más allá de su capacidad de adaptarse?". Este es el propósito último de la huelga y la manifestación como engranajes de aceleración: no simplemente como mecanismos de protesta, sino como vehículos de disolución activa del orden social y económico dominante.

Forzando el sistema

La huelga y la manifestación, si son concebidas en términos aceleracionistas, pueden servir como puntos de inflexión en un proceso de erosión y desgaste del sistema capitalista. Más que reclamar pequeñas victorias, deben orientarse a exacerbar las tensiones estructurales, forzando el sistema hacia sus límites. En esta perspectiva, la militancia de izquierda no es solo resistencia, sino aceleración hacia el colapso. La verdadera "revolución" aceleracionista no es un cambio de gobierno, sino un cambio de paradigma; una visión que, como apuntaría Fisher, se niega a aceptar el realismo capitalista y en su lugar apunta hacia lo impensable.


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