Diario de una Pandemia - 1º Parte




Día 4 de la cuarentena.

Prometo escribir algo sobre el dilema entre la ilusión de la existencia en comparación con Westworld y otros referentes pop actuales.

Prometo también comprarme los libros de Mark Fisher, “K-punk” y “Los fantasmas de mi vida”, en cuanto salgamos de la cuarentena. Quién sabe si el mes que viene, o quizás acabe pidiéndolos por Amazon. Si no estuvieran tan expuestos los repartidores, quizás si. Este tipo de modelos de negocio, están haciendo su agosto, obligando a los empleados a ir a trabajar sin protección, puerta a puerta, cobrando una miseria. Quédate en casa, dicen como lema. Y mientras te quedas en casa pides comida a domicilio, paquetes, productos que no necesitas.

Para mi nunca ha supuesto demasiado problema el estar aislado en casa. Ya desde hace años, mi rutina de parado era pasar la mañana en la cama echando curriculums por Internet y viendo películas. Una media de 2-3 al día. Con razón tengo unas cuantas películas puntuadas en Filmaffinity. Encima ahora, con el teletrabajo estoy entretenido, intercalando las horas de trabajo con lecturas de Xavier Sires, mangas de Kazuo Umezu y algun que otro podcast sobre política de izquierda. Y encima tengo a Beatriz en la habitación de al lado, donde se ha montado su propio despacho. No podría estar mejor.

Habíamos quedado en la sección de pescadería y nos miramos unas cuantas veces en el reflejo de cristal de los frigoríficos. Me dio la impresión de haber vuelto al cole: tener que hacer todo a escondidas, pero esta vez el profe tenía pistola, mascarilla y uniforme, pero no soy el único, sé que otras personas lo hacen también. El súper es sin duda el mejor sitio para quedar si quieres ver a alguien que echas demasiado de menos.”

Nos tuvimos que llamar por teléfono porque el segurata parecía haber notado algo. Y así estuvimos charlando unos pocos minutos paseando a más de un metro y medio de distancia por la sección de fruta y verdura, mirándonos entre los lácteos e intentando refugiarnos en el humor mientras llegábamos a la sección de carnicería. Fue difícil no dejarse comer por la tristeza de la situación que estamos viviendo, pero quedar en el súper me pareció la única manera posible de vernos otra vez.”

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Día 6 de la cuarentena.

Ayer bajé a comprar al Lidl de debajo de nuestra casa. Por un momento, casi me llevo un paquete de lienzos para pintar en las largas tardes de confinamiento, pero al final nada, me dio vergüenza comprar algo tan voluminoso. Quizás el próximo día que baje. Lo mismo me ha pasado con un bonsai mustio que vendían a 3,99€. El pobre ademas no sobreviviría ni a una semana de cuarentena, con lo seco que estaba.

El súper estaba casi vacío. Contrastaba con las largas colas de gente con compras gigantescas de comida y papel higiénico del viernes antes de que decretaran el estado de alarma. El guardia de seguridad te daba guantes de plástico en la entrada y te recordaba la distancia de seguridad de metro y medio que hay que guardar con el resto de clientes. Hace una semana que no hay papel higiénico, como dije antes, y en los estantes lo han cambiado por servilletas y pañuelos. La estupidez humana.

En la calle, la sensación es la de un domingo mediocre, todo cerrado y pocas personas, algunas con bolsas, otras con perros. Compré en el estanco un par de paquetes de cigarrillos y vuelvo a casa. Con provisiones de tabaco y cerveza ya soy feliz. Mañana le tocará bajar a Beatriz.

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Día 8 de la cuarentena.

Hoy sábado nos hemos despertado con un poco de resaca y de ansiedad, en parte por la apatía y el aburrimiento de los fines de semana sin planes. Anoche bebimos demasiadas cervezas, y me toca a mi bajar a por más.

Observo por el balcón cómo el silencio lo invade todo, el aire fresco, sin contaminación. Todo se ha quedado en suspensión. Los pájaros se escuchan mejor que nunca. Menudo virus éramos nosotros mismos, pienso. Y mientras la ciudad se aburre en sus casas, el universo sigue girando, sin nosotros, asustados, asomados a las ventanas, y el capitalismo dando señales de colapso.

¿Sacaremos algo bueno de todo esto?

Solo el pueblo puede salvar al pueblo.”

Lema espontáneo de la cuarentena.

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Día 11 de la cuarentena.

2020, el año en el que el mundo entero cambió.
El capitalismo ultraliberal se tambalea.
La gente aguarda en sus casas,
cada vez más sociales,
pero irónicamente online.
La monarquía cada vez convence menos,
hace menos,
la derecha se queja, sin dar alternativas,
y el gobierno propone medidas socialistas.
La naturaleza respira, tranquila,
la sombra del virus se pasea por calles vacías,
y todos a una volvemos a los servicios públicos.

El arte del pasado ya no existe como en otro tiempo. Ha perdido su autoridad. Un lenguaje de imágenes ha ocupado su lugar. Lo que ahora importa es quién utiliza ese lenguaje y para qué.”

John Berger

El Palacio de Hielo de Canillas ya no es un centro comercial, ahora es una morgue, y donde antes patinábamos, hoy corren los fantasmas, como una cicatriz en el tejido de Madrid.

No queremos volver a lo normal, porque lo normal estaba mal. Tejemos redes sociales donde todo es online: protesta, arte, conciertos, cine, cervezas, juegos.

Y fuera, en la fría y solitaria ciudad, aguarda la primavera.

El Pueblo tiene ahora un medio de expresión sin restricciones, con herramientas sencillas y accesibles para crear y difundir, foros de todo tipo donde expresar sus opiniones e inquietudes, y toda la información más revolucionaria al alcance del ratón.”

Pero a menudo el Pueblo no las usa para su liberación, sino para su sometimiento, que resulta más gratificante por que conlleva mucha menos responsabilidad.”

Al final, estamos construyendo nuevas rutinas de emergencia para tiempos extraordinarios, juntos.

Asomado a media mañana en el balcón, el aire es más limpio y refrescante. Una paloma picotea en medio de la calle, vacía de tráfico.

Después de esto, debemos de recuperar el sentido, apreciar el vacío y el silencio, no caer en viejos errores.

Apreciar las pequeñas cosas.

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