Diario de una Pandemia - 5º Parte
Día 47 de la cuarentena.
Hoy he podido salir más lejos de mis
dos o tres manzanas por las que nos permiten movernos en este
confinamiento, y he podido salir del barrio, coger el metro en
Marqués de Vadillo, guantes y mascarilla mediante, para ir a la
revisión médica de la empresa, en Arguelles, y por supuesto, armado
con un justificante legal de desplazamiento por si a la ley se le
ocurría pararme.
El metro era un erial, estaba casi
vacío, supongo que por no ser hora punta, pero solo encontré en mi
vagón a tres personas, espectros con mascarilla, y en el andén a un
par de guardias de seguridad que paseaban, sin fijarse demasiado en
nada. Saqué mi libro, y leí durante el trayecto un poco, hasta
bajarme en Callao, estación que normalmente estaría repleta de
gente, pero en este caso de paranoia pandémica estaba vacía, otra
vez dos o tres personas.
Bajé dando un paseo por la Gran Vía
hasta Plaza de España, y luego otro trecho hasta Arguelles. Prefería
pasear un poco a usar demasiado el metro, y las calles vacías eran
como un universo nuevo e inquietante, un Madrid diferente, que
asustaba pero de donde no podías apartar la mirada. Me percaté de
que no estaba tan vacía de coches como se ve desde la televisión, y
que parece que el ayuntamiento ha aprovechado que esté todo el mundo
encerrado en casa para poner a trabajar a los obreros, con vallas
amarillas por todos lados, martillos hidráulicos, calles levantadas
y alcantarillas revisadas.
En la consulta del seguro médico, me
pararon en la entrada con un termómetro láser para medirme la
temperatura, y tras eso, rellenar un formulario sobre el maldito
virus, desinfectarme y decirme que no me quitara la mascarilla en
ningún momento, pasamos a la revisión en si, y en media hora estaba
fuera.
Volví sobre mis pasos, bajando hasta
Plaza de España, y tras una parada en una farmacia, desayunar un
café para llevar junto con un bocata de jamón, y hacer compra en un
súper asiático de la calle Leganitos, bajé hasta Ópera con bolsas
pesadas en una mano y un refresco en la otra, en busca del metro que
me devolviera a mi refugio en casa.
La experiencia ha sido interesante,
inquietante y bonita. Volver a ver el centro de Madrid después de 47
días, y sin gente, también. Mis recuerdos están entrelazados con
esta ciudad y estas calles, y siempre necesito rememorar mis sitios
en persona. Soy más de memoria analógica, antes que digital.
“Bajo las condiciones de la
memoria digital, es la pérdida misma la que se ha perdido.”
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Día 50 de la cuarentena.
Hoy sábado, comienza lo que han
llamado “la desescalada”, y ya se puede salir, en ciertas horas,
a pasear y hacer ejercicio. Cerca de nuestra casa, en Madrid Río,
las imágenes eran de calles y puentes llenos de gente. Da miedo.
Nosotros hoy hemos pasado de salir, ya pasearemos otro día. De
momento, hemos planeado pasar la tarde preparando sushi casero para
la cena.
“¿Seremos capaces de desarrollar
este principio para hacer que la máquina vuelva a funcionar, no esa
máquina que antes funcionaba imparablemente, sino una máquina
elástica, una máquina quizás un poco más tambaleante, y
ciertamente más frugal, pero amiga?”
Nada más lejos de esta nueva situación
de apertura lenta, las cifras siguen siendo vidas, y las vidas que
hemos perdido son apabullantes, son demasiadas. Y esta es la calma
que precede a la tempestad, porque como no cambiemos el modelo
económico y social, cuando el virus deje de matarnos empezará a
matar el hambre y la pobreza de aquellos que lo han perdido todo, o
seguramente lo pierdan, de los miles y millones de personas que se
quedarán sin trabajo y en la calle.
“Antes me parecía que el
capitalismo había ganado para siempre, que se iría transformando de
manera cada vez más automática y totalitaria sin que pudiéramos
hacer nada.”
Ahora algunos ya no estamos tan
seguros.
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Día 53 de la cuarentena.
El domingo, hace dos días, salimos a
dar un paseo por el barrio hasta Usera, a las ocho y pico de la
tarde. Volver a caminar por las calles de una ciudad familiar, pero a
la vez ajena, diferente, me produjo una sensación extraña, como de
miedo y recelo pero con cierta ilusión de re-descubrir sitios
comunes. La calle Antonio López estaba hasta arriba de personas
paseando, corredores y bicis. Es lo que pasa cuando todas las casas
se vacían a la vez porque nos dan una franja horaria muy pequeña y
específica para salir. A pesar de las riadas de personas, más o
menos se veía y se mantenía la distancia de seguridad. Nadie se
acercaba mucho, y la mayoría no se quitaba la mascarilla. Nuestro
nuevo complemento. Parecemos un rebaño sin rumbo, y no creo que sea
necesario salir todos los días y siempre que se pueda.
Leo mucho, y me sirve de inspiración
para estos textos, el diario de cuarentena que está haciendo el
filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi. Lo ha llamado “Crónica
de la Psicodeflación”. Él está confinado en Bolonia, y relata su
día a día, los artículos periodísticos que lee y su propia
opinión política de toda esta pandemia. En ocasiones inserto
fragmentos de sus reflexiones en éstas páginas como destacados,
porque yo no soy buen pensador político, y porque creo que sus
deducciones son muy acertadas. Sirven de pinceladas entre mis propias
experiencias e ideas de éste episodio internacional que nos ha
tocado vivir.
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Día 55 de la cuarentena.
Aun no sabemos si la semana que viene
pasaremos de lo que han denominado “fase” en esta desescalada.
Nos han dividido por provincias, y a algunas provincias en distritos
sanitarios, y cada quince días podremos avanzar, si se cumplen los
marcadores sanitarios, a una situación de mayor libertad. ¿Demasiado
rápido para Madrid? Veremos. En parte tengo ganas de poder reunirme
con gente y ver a la familia y amigos, pero por otra la gestión de
nuestra presidenta, Isabel Díaz Ayuso, “la infame”, ha ido
pasando por alimentar a los niños sin recursos con pizzas durante
dos meses, a ocultar el número de los fallecidos en residencias de
ancianos comunitarias y concertadas, en su peculiar forma de gobernar
desde su propio mundo de fantasía.
Mi idea es continuar este diario hasta
el día en el que por fin pueda reunirme con mi familia, para
terminarlo con una reflexión final desde la perspectiva de su
totalidad, una vez que salgamos de toda esta crisis sanitaria, ya
desde la “nueva normalidad”, signifique lo que signifique eso.
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Día 60 de la cuarentena.
Es domingo de nuevo, y al final Madrid
no ha pasado de fase. Todos nos lo imaginábamos, no estábamos
preparados para abrir comercios y bares sin una mejor gestión de la
Atención Primaria en la
comunidad. Otra semana más en casa. Todo sea por que sigan bajando
los contagios y las muertes, y siempre nos quedan los paseos de las
ocho de la tarde.
Todo se debe a que nuestra presidenta
pensó más en la economía que en nuestra salud. Ya estamos con lo
mismo, no aprendemos. Ésta no debería de ser nuestra “nueva
normalidad”, no puede. Precisamente actuar así es lo que nos llevó
a esta situación y al colapso por abandono del sistema sanitario
público.
“El virus es la complejidad del
caos que supera nuestra capacidad de comprensión, gobierno y
cuidado.”
Vuelve a llover un poco, y viendo a los
mayores paseando por las calles en su franja horaria, pienso en mi
abuela, y en cómo habría disfrutado un último paseo en su silla de
ruedas por un Madrid que comienza a despertarse, después de una
pesadilla que realmente no ha terminado.
"Pero
la historia de la cultura es precisamente la historia de esta
caosmosis, de esta relación entre el caos de la experiencia y el
orden provisorio de la conciencia.”
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