Diario de una Pandemia - 3º Parte
Día 23 de la cuarentena.
La abuela de Beatriz ha fallecido en
Salamanca. Maldito virus. Aunque estemos todos encerrados en casa,
esta mierda sigue matando y encontrando formas crueles de golpearnos.
Y lo peor es la soledad y el aislamiento de todas esas personas que
lo sufren más, desde la camilla de un hospital.
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Día 26 de la cuarentena.
Hoy comenzarían las vacaciones de
Semana Santa, y yo llevaría cinco días en Motril, de cañas y tapas
con mi familia, y Beatriz en Guinea con su grupo de danza africana.
Ésta situación nos empieza a afectar
en el ánimo día a día. El aislamiento, aunque seamos dos en una
misma casa y nos apañemos de maravilla, trae siempre momentos de
apatía, ansiedad, sensación de que los días se repiten, todo es
monótono y no aprovechamos nuestro tiempo.
Ayer un mensajero dejó en nuestra
puerta, sin tener más contacto que llamar al timbre para desaparecer
inmediatamente, “Los fantasmas de mi vida” de Mark Fisher. Al
final no pude resistirme. Una lectura idónea sobre estos tiempos que
corren.
Estoy leyendo en el balcón y algún
vecino se ha puesto en la televisión una procesión se Semana Santa
de otro año, con su himno de España resonando a todo volumen por la
calle. Justo antes, una persona me ha invitado en Facebook a unirme a
un grupo llamado “Pedro Sánchez dimisión”.
Se me ha puesto una mala ostia muy
grande, y es que no odio a España, nunca lo haré, es mi país, pero
cada vez me molestan más los símbolos patrioteros y las personas
que los utilizan. Sólo sirven para enfrentar más a la gente, para
aprovecharse de los demás, y más en esta situación, cuando
deberíamos estar todos unidos. No lanzar mierda contra un gobierno
desbordado que intenta hacer lo que nadie ha sabido hacer bien en
todo el mundo, y más cuando los que los utilizan y agitan quieren
que salgamos todos a la calle a trabajar, producir, contagiarnos,
quitarnos la sanidad pública en el proceso, y una vez enfermo,
despedido sin ayuda para que mueras en casa. Asqueroso.
Nuestra derecha es asquerosa.
“El sistema capitalista se basa en
la distribución desigual de la oportunidad de vivir y morir. Este
sistema siempre ha funcionado con la idea de que alguien vale más
que otros. Los que no tienen valor pueden ser descartados.”
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Día 28 de la cuarentena.
Viernes Santo. Un día llueve, al otro
hace sol y calor veraniego. Parece que el planeta entero está en
anomalías similares a la nuestra, como especie humana.
Aburrimiento. Las mañanas de este
confinamiento y en especial las de ésta Semana Santa, me ponen un
poco nervioso. La palabra clave es apatía. Solo me apetece perder el
tiempo, tumbarme junto a Beatriz, observar el gotelé de las paredes.
Intento ponerle fuerza de voluntad haciendo otras cosas.
“La Unión Europea huele a
podrido. Es el olor de la avaricia, propia de la gente mezquina,
inhumana. La Unión Europea está muerta.”
Franco “Bifo” Berardi
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Día 29 de la cuarentena.
Sábado. Escuchamos Sigur Rós mientras
el calor del sol entra por la terraza entreabierta, y limpiamos la
casa. Los días transcurren con monotonía lacia, leo cinco libros a
la vez, alternándolos cuando alguno me cansa o me aburre.
Mi inconsistencia es mi
pseudo-religión.
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Día 30 de la cuarentena.
Domingo de Resurrección. Hoy ha hecho
calor y sol, casi como si estuviéramos en junio y no en abril. He
ido a comprar unas cervezas por el barrio, mientras el calor
acariciaba mi cara. Ha sido el paseo más disfrutado y placentero de
estos treinta primeros días.
Sacamos un aperitivo al balcón, para
tomar el sol y charlar entre nosotros. Verano anticipado. Ojalá
llegue pronto, no deja de ser mi época preferida del año, y quizás
vuelva la vida a las calles y ciudades del mundo para entonces.
Universo pausado, siempre en espera.
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Día 32 de la cuarentena.
Hoy es martes, pasado ya la Semana
Santa, y ha caído una tormenta de granizo enorme. Me asomé al
balcón y cogí una de esas pelotitas de hielo. Estaba fría, pero el
ambiente de la calle no, aun hace cierta buena temperatura.
Mi abuela se ha puesto enferma. Una
pequeña neumonía unida a que no come mucho estos días, pero está
tranquila en casa, y mi padre y mis tías la visitan todo el rato. Me
preocupa, su alzheimer avanza a grandes pasos sin poder salir a la
calle y sin ver a otras personas, que seguro que le ayudaría a estar
más animada y mejor. Pobrecita mía. Ojalá aguante hasta el final
de la cuarentena, para poder verla y darle un gran abrazo con su
correspondiente beso.
“Esta es la primavera silenciosa.
El planeta se ha vuelto silencioso, tan silencioso que casi es
posible escucharlo girando alrededor del sol, sentir su pequeñez y,
por una vez, imaginar la soledad y la fugacidad de estar vivo.”
Me imagino cómo se estará en el
centro de la ciudad, respirar la primavera en Callao, rebuscar libros
en La Central o en la Casa del Libro, tomarme una lata de cerveza
paseando, o en un banco de la plaza de Felipe II, con la brisa en la
cara, observando a la gente que pasa con prisa.
Hace un mes desde que nos encerramos en
casa, y mi única visión más allá de estas cuatro paredes son mi
propia calle, los súper más cercanos, y el azul del cielo desde el
balcón, a veces manchado por las lluvias de abril y las nubes.
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