Diario de una Pandemia - 2º Parte





Día 13 de la cuarentena.

Por las mañanas hace calor algunos días, y antes de empezar a trabajar, cada uno en nuestro improvisado despacho, tomamos el café en el balcón. Las calles resuenan con las persianas de las casas que suben y con los obreros y trabajadores que caminan rápido por las calles sin poder permitirse estar en confinamiento. El trabajo por encima de la salud, así esclaviza el sistema.

Esto va a marcar a toda una generación, y se va a cargar a otra.

Hoy más que nunca, escribir se convierte en una necesidad, hay que soñar con futuros posibles y otras utopías de lo que podría venir luego.

La vida se ha vuelto más preciosa, los abrazos más necesarios.

Por las noches, también en el balcón, salgo a fumar y observo en el cielo estrellado a Orión, y Orión me observa a mi, como recordatorio de que sólo somos un punto en el universo.

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Día 15 de la cuarentena.

Los findes son más duros. He bajado al súper a por más cervezas. Nos las fundimos rapidísimo. En la estantería del SuperSol se me ha caído una lata al suelo que se ha abierto por el golpe, y se ha puesto a lanzar cerveza a presión por todos lados. Los empleados del súper me ha ignorado, demasiado preocupados por sus circunstancias, con sus mascarillas y guantes de nitrilo. Jodido confinamiento.

Se ha cancelado, lentamente, el futuro.”

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Día 17 de la cuarentena.

Vuelve la rutina del lunes y de la semana. Trabajando en el salón de casa nueve horas al día hace que se pasen más rápido.

Es curioso cómo nos adaptamos a las nuevas rutinas. Al principio el cambio es algo difícil, pero con los días nos acostumbramos. Es un mecanismo realmente aterrador, pero útil.

Anoche multaron a un chaval en el portal de enfrente de nuestra calle, mientras salía de una fiesta clandestina de algún piso. Le puso como excusa a la policía que salía a pasear al perro, pero sin perro. Sigue habiendo idiotas en todos lados.

El único mar de Madrid está, y no siempre, en las grandes vallas publicitarias”

Veo en las fotos antiguas, sin color por el paso del tiempo, pero pasadas por el escáner digitalizador que pixeliza el grano, a mi abuelo paseando, muy elegante en traje y corbata, entre los ciervos sagrados de Nara, en Japón. Corría el año 1973.

Intento imaginarme a mi abuelo, de viaje de negocios, en los mismos sitios que visité yo el año pasado. ¿Seguirá vivo algún ciervo de los que acarició él, y pude yo haberlo acariciado también? ¿Kiyomizu-dera en Kyoto tendrá las mismas barandillas metálicas a las que se agarró él, hace casi 40 años?

Como diría Mark Fisher, la vida está llena de espectros y fantasmas.

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Día 19 de la cuarentena.

Una losa gigante de silencio cae sobre todo Madrid desde hace tres semanas. Antes salíamos más a comprar, ahora nos hemos estabilizado en un par de salidas a la semana.

Cada vez tengo más ganas de salir de casa y de ver a gente, pero aun mueren las personas en el frío silencio de Madrid, como una lápida enorme.

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Día 20 de la cuarentena.

Fuck. Por lo menos es jueves.

Hay que tener cuidado de que este confinamiento no produzca más autoritarismos y desaparición de libertades.

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