Diario de una Pandemia - 4º Parte
Día 34 de Cuarentena.
Mi abuela definitivamente se está
muriendo, e irónicamente no es de COVID-19.
Dos días después de su 91 cumpleaños
se está consumiendo por la neumonía y la debilidad. El propio
proceso de la vida.
Por lo menos está en su casa de toda
la vida, con sus hijos, en la cama, y echando de menos a mi abuelo,
es de las pocas cosas que siempre recuerda, junto con su propia
madre. Eso es lo que le rompió la salud, perder a mi abuelo hace ya
unos cuantos años.
Ahora ella se está apagando, y no
parece que pueda pasar de ésta noche. Con la cuarentena no podemos
ir a despedirnos, y eso me fastidia mucho.
“Esta es la primavera de los
miedos. Una leve irritación en la garganta, un estornudo, y la mente
se acelera. Peatones enmascarados dispersos en calles vacías parecen
sobrevivientes de una bomba de neutrones. Un patógeno del tamaño de
una milésima parte de un pelo humano ha suspendido la civilización
y ha desatado la imaginación.”
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Día 36 de la cuarentena.
Sábado de nuevo. Hoy Beatriz cumple 34
años, y finalmente mi abuela ha fallecido al medio día. La muerte y
la vida en un mismo día.
Descansa en paz, abuela.
A primera hora de la mañana nos ha
llegado una tarta de cumpleaños a nuestra puerta de manos de un
repartidor de Glovo. Jamás habríamos pedido a Glovo, que les ha
reducido a la mitad el sueldo a los repartidores y siguen sin tener
equipamiento de seguridad. Lo había encargado desde Londres nuestro
amigo Eduardo, como sorpresa por el cumpleaños. Seguí pensando rato
después en el repartidor.
La noche anterior estuvimos de fiesta y
videollamadas hasta las tantas. Sorprendente cómo estamos explotando
las tecnologías, y algo que antes usábamos sólo en ecosistemas
laborables, ahora usamos a diario para hablar con todo el mundo. Hoy
seguimos tomando cervezas virtuales con más gente. Ha sido un
confi-cumpleaños extraño, distópico, aunque divertido.
“A ningún ser humano se le puede
pedir que pierda su sentido de humanidad.”
El jueves lloré mucho por mi abuela.
El paisaje de ladrillo y asfalto desde la terraza se me hace a veces
muy monótono. Las ventanas son reflejos de otros cosmos, otras
vidas, la de los vecinos que aplauden cada día a las ocho de la
tarde.
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Día 39 de la cuarentena.
Estamos en la sexta semana de
confinamiento en casa. Parece mentira, las semanas sí que han pasado
rápido, a pesar de lo repetitivo de los días, entre el trabajo,
compras, y repite. Es monótono, pero pasa rápido. Se echa de menos
Madrid, mi centro de Madrid, tan cerca, al otro lado del río, y tan
lejos. Ver a mis padres, los amigos... Hacer todos los días lo mismo
con la misma ventana y las mismas noticias en la tele es tedioso. Me
sorprende que pase tan rápido. Hasta echo de menos ir a trabajar a
la oficina.
“Se oyen los truenos en la
lejanía,
pero los edificios me impiden ver
los relámpagos.
Oscuros designios se mueven,
lentamente,
sobre todos los países del mundo.”
En parte, todo este mes me recuerda a
mi 2014 en Toulouse, encerrado también en aquel piso en un país
ajeno, aunque cuando mis fantasmas me asaltaban, salía por la ciudad
a despejarme, escribir y beber. Ahora en 2020 solo podemos beber, y
parece que no se nos da mal a todos los ciudadanos encerrados en sus
casas.
Tengo recuerdos ambiguos de aquel año
francés. Grandes momentos explorando la ciudad y volviendo de la
academia de idiomas con toda la gente que conocí allí, pero otros
de largas noches de ansiedad sin poder dormir, con la compañía de
la televisión siempre puesta en la oscuridad, y las latas en la
mesa. A veces hasta me costaba bajar a por tabaco.
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Día 40 de la cuarentena.
Cuarenta es el número de donde viene
la palabra cuarentena, cuarenta días aislados.
Es miércoles, mitad de semana, de la
sexta semana. Leo “Un acercamiento al sendero budista”, del XIV
Dalai Lama y la monja Thubten Chodron, para intentar cuidar un poco
mi espiritualidad. Justo la campanilla furin japonesa de la
ventana replica, con su fino sonido a cristal. Satori.
Aun no sabemos cuánto tiempo nos queda
aquí, pero creo que lo he acabado aceptando, no quiero luchar contra
ello. De todas formas parece que día tras día mejoran los datos, y
ya se habla de que los niños puedan salir a pasear, y otras medidas
pequeñas. Poco a poco, se ve el final en la lejanía.
De todas formas, intento no prestarle
casi atención a las noticias, así mi mente está más tranquila.
Siento mis brazos y piernas, y miro y escucho. No hay más que
consciencia y flujo. Me da tranquilidad.
“Las
políticas emancipatorias deben destruir siempre la apariencia de un
orden natural, deben desenmascarar lo que se presenta necesario e
inevitable como una mera contingencia, también debe hacer que lo que
antes se consideraba imposible parezca alcanzable.”
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Día 45 de la cuarentena.
Lunes, séptima semana en casa. Ayer ya
pudieron salir los niños a pasear por la calle, y el sábado que
viene parece que podremos salir a pasear y hacer deporte los adultos.
Ya veremos cómo evoluciona todo , porque la gente sigue pareciendo
un poco idiota, y pasándose las normas por el forro. Creo que no son
conscientes que estas medidas no van contra la libertad, sino contra
los contagios y los muertos, sobre todo para que no haya más
muertos.
Parece que mi ansiedad mejora, estoy
mucho más tranquilo, y menos disperso. Tengo que buscar más tiempo
para mantenerme ocupado, para seguir leyendo y terminando proyectos.
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